El 27 de mayo de 2001 una joven promesa de la cantera del Atlético hacía su debut en el Vicente Calderón. Era el último recurso al que se aferraba el entrenador Carlos García Cantarero para lograr el ascenso. Fernando Torres tenía 17 años y jugaba sus primeros minutos con el primer equipo en Segunda división frente al Leganés. Pocos podían imaginar la trascendencia que aquel niño rubio, con la cara llena de pecas, iba a tener en la institución con el paso de los años y mucho menos adivinar que 15 años y un día después jugaría la final de la Champions con el Atlético.
Durante todo este tiempo han pasado muchas cosas. El Niño tiró del carro en los momentos más difíciles. Se puso unos galones que por edad no le correspondían, pero, aun así, lideró el regreso a Primera. Su crecimiento fue tan veloz como sus arrancadas hacia la portería contraria. La del Atlético y la suya eran dos velocidades distintas por eso tuvo que emigrar a Inglaterra. Allí siguió progresando. Fue bicampeón de Europa y campeón del mundo con España, máximo goleador en la Eurocopa 2012, ganó la Champions y la Liga con el Chelsea... Un palmarés envidiado y deseado por cualquier profesional. Pero para Torres no es suficiente. Quiere el título que le falta y el más preciado. Ser campeón con el equipo de su vida.
Por eso el partido de San Siro es el más importante de su vida y por eso el día de su regreso al club, el Vicente Calderón se llenó para verle vestido de nuevo de rojiblanco. Son sentimientos que, si no se es del Atlético, no se pueden entender.
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